1
Era un muchacho que gozaba de un don único y extraordinario. Cuándo él lo deseaba, se recostaba sobre el césped interminable, húmedo, confortable; contemplaba al cielo infinito, cual gigantesca pantalla cinematográfica multicolor. Libre de ciudad y estorbos a la vista, entonces levantaba vuelo.
2
Se elevaba a una increíble velocidad, desapareciendo todo aquello que se encontrara detrás suyo: a su paso los colores se transformaban en todo lo existente, en lo único perceptible.
3
A medida que avanzaba por la atmósfera, estos iban tornándose hermosamente más oscuros: de un celeste cada vez más profundo a un verde esmeralda. Luego un violeta recurrente a la divinidad, más tarde un cálido azul marino, y finalmente un negro eterno.
4
Se alejaba entonces de la Tierra, de los conceptos y de las formas, y siempre avanzando, se veía envuelto en un universo de galaxias y nebulosas de indefinibles colores, prueba innegable de un Dios ingenuo y artista.
5
Siempre que lo deseaba, el muchacho levantaba vuelo y se alejaba cada vez más de la Vía Láctea. Siempre llegaba un poco más lejos. Viajaba a sitios recónditos del espacio, abstractos, en donde no existían planetas, ni soles, ni rocas. Solo colores brillantes, de neón.
6
Y simplemente flotaba… en medio de un océano de universo; gigantescas ballenas espaciales invisibles se sumergían a lo lejos, produciendo un sonido análogo al que los pitagóricos deseaban oír.
7
Pero más allá de provocarle agrado, le aterrorizaba completamente, le producía horror, un horror espacial. Porque finalmente llegaba a un sitio donde las reglas son diferentes. Tal vez llegaba al sitio de donde provino ese color que describe Lovecraft, caído en los valles al oeste de Arkham.
8
Fuere como fuere, la verdad es que en este lugar el tiempo no existía, y por lo tanto tampoco la historia. Se trataba de una existencia que no se concibe a sí misma como tal, absolutamente ajena y agresivamente indiferente a todo lo que pudiera ocurrir.
9
Alrededor flotaba un constante éter viciado, denso como la humedad, y predominaba un color monocromo, omnipresente, esfumado y camaleónico. El frío y las altas temperaturas parecían fusionarse en desagradable vientos espaciales. Y el regreso era cada vez más dificultoso.
10
El muchacho comentó una vez que para poder obtener un aunque sea un vestigio del poder que poseía, simplemente bastaba con contemplar pasivamente el cielo durante el anochecer, no durante el ocaso sino en el anochecer, para sentir cómo el espíritu comienza a elevarse hacia la dimensión a la cual él era capaz de transportarse...
11
El día en que el muchacho no pudo regresar de la misma, fue cuando sucumbió a la fiebre.
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